Época: Aragón Baja Edad Media
Inicio: Año 1327
Fin: Año 1387

Antecedente:
Inicios de la decadencia política

(C) Josep M. Salrach



Comentario

En la Península, las relaciones, relativamente cordiales entre Castilla y la Corona de Aragón, en época de Alfonso XI (1313-50), se deterioraron con su sucesor, Pedro el Cruel, cuando se alió con Génova. Una acción corsaria de naves catalanas contra embarcaciones genovesas en aguas de Castilla serviría de pretexto para desencadenar las hostilidades, pero la contienda, que para la nobleza combatiente podía ser una forma de obtener recursos que compensaran la caída de la renta, también pudo obedecer a otras razones como, por ejemplo, el deseo castellano de recuperar las tierras alicantinas. Como dice María Teresa Ferrer, "la Corona de Aragón, que no deseaba la guerra, en un primer momento defendió únicamente sus propios territorios, pero, ante la posibilidad de destronar a Pedro el Cruel y sustituirlo por el infante Fernando (el hijo de Alfonso el Benigno y Leonor de Castilla) o por Enrique de Trastámara (hermanastro de Pedro el Cruel), formuló posteriormente reivindicaciones territoriales a cambio de su ayuda a los pretendientes: el reino de Murcia y algunas plazas fronterizas".
Durante la primera fase de la contienda (1356-61) hubo incursiones militares de ambos bandos por territorio enemigo, pero el incidente principal fue el ataque de la flota castellana, con ayuda genovesa, al puerto de Barcelona (1359). Al terreno de las maniobras políticas pertenece el intento de Pedro el Cruel de servirse de los infantes Fernando y Juan, hermanastros del Ceremonioso, para resucitar los movimientos unionistas, y la acogida dispensada por el Ceremonioso al grupo de nobles castellanos, dirigidos por Enrique de Trastámara, que, luchando contra el autoritarismo del Cruel, buscaron refugio en la Corona. Siendo ambos monarcas vengativos y, de algún modo, ruines, en el juego de las intrigas, el Ceremonioso siempre fue más hábil (consiguió atraerse a Fernando, que se sentía amenazado en Castilla, donde se había convertido en cabecilla de un sector de la alta nobleza), mientras Pedro el Cruel era más impulsivo (castigó la deserción de Fernando con el asesinato de su madre y su hermano). La paz de Deza-Terrer (1361), que cerró esta fase de la contienda con la restitución de plazas y el intercambio de prisioneros, daría un respiro al monarca aragonés, siempre agobiado por sus problemas fiscales, y ahora inquieto porque sus aliados, y Enrique de Trastámara, empezaban a rivalizar por sus pretensiones a la corona castellana. Por su parte, la paz serviría a Pedro el Cruel para liquidar la oposición interior y castigar al rey de Granada, que había osado romper la alianza y aproximarse al Ceremonioso.

La segunda fase del conflicto (1362-63) se caracterizó por la rapidez de los ataques castellanos, que encontraron escasa resistencia y llevaron a la ocupación de muchas villas y ciudades de Aragón y Valencia y al asedio de sus capitales. El Ceremonioso tuvo entonces enormes dificultades para conseguir subsidios (Cortes generales de Monzón, 1362-63), aunque consiguió finalmente contratar los servicios de mercenarios franceses (las Compañías Blancas de Bertrand du Guesclin) y, en las rivalidades entre Fernando de Aragón y Enrique de Trastámara, acabó dando sus preferencias a Enrique, el más fuerte, que llegó de Francia con más tropas y la promesa de entregarle el reino de Murcia. La paz de Murviedro (1363), que interrumpió las hostilidades, fue humillante para el monarca aragonés, que hubo de aceptar la ocupación castellana de parte de sus tierras, y quizá un pacto secreto de eliminación de sus aliados, los infantes Fernando de Aragón y Enrique de Trastámara. El Ceremonioso, que quería unificar el frente interior debilitado por las rencillas, hizo efectivamente asesinar a su hermanastro Fernando (1363), y, para descargarse de la responsabilidad de tan humillante tratado, aceptó que los partidarios de la guerra y los enemigos del autoritarismo real acusaran al consejero Bernat de Cabrera, su negociador, de traición, y lo ejecutaran (Zaragoza, 1364).

La tercera y última etapa del conflicto (1363-69) comenzó con una ostensible manifestación de superioridad bélica castellana (ocupación de villas y ciudades del reino de Valencia) y acabó con la muerte de Pedro el Cruel en los campos de Montiel. Este cambio fue debido a la habilidad del Ceremonioso para atraerse al rey de Navarra (con la promesa de cederle Guipúzcoa y Álava) y encender la guerra civil en Castilla. A partir de 1365 Enrique de Trastámara pasó a primer plano, y con la ayuda de las Compañías Blancas, fieles castellanos y tropas catalanoaragonesas exportó la guerra a Castilla obligando a Pedro el Cruel a replegarse y abandonar las posiciones que ocupaba en la Corona. No obstante, el final de la contienda, con el asesinato de Pedro el Cruel y la entronización de Enrique de Trastámara (1369), no dio al Ceremonioso las ventajas que esperaba. El Trastámara se negó a entregarle Murcia y las plazas fronterizas que le había prometido, y el rey de Aragón hubo de satisfacerse con una indemnización (paz de Almazán, 1375).

Puesto que de 1356 a 1365 el conflicto se había desarrollado en territorio de la Corona y a ella se habían ocasionado las mayores pérdidas humanas y materiales, no puede decirse que este desenlace fuera en absoluto favorable al Ceremonioso, sino más bien al contrario: el reino teóricamente vencido (Castilla) había resultado, de algún modo, vencedor. "En el futuro la Península estaría sometida a la hegemonía castellana" (J. L. Martín).